Más allá de las vacaciones y de las tradiciones paganas y religiosas, es innegable que diciembre es el mes del consumo y la compra de las conciencias. En las organizaciones sin fines de lucro, sabemos de antemano que, en diciembre, se disparan los índices de donación, aunque no necesariamente los índices de voluntariado. La gente anda tan ocupada gastando su aguinaldo, que ni siquiera se detiene a considerar gastar
también el tiempo de sus tardes libres. Eventualmente, los altruistas de temporada organizan una que otra posada para niños en condición de orfandad o sirven una que otra cena para adultos en condición de calle. Pero lo suyo, lo suyo, es regalar el dinero.

Lo mismo que sucede con la conciencia social, sucede con la conciencia personal: puede estar ausente o acallada el resto del año. Pero en diciembre, al calor de las posadas, los regalos y las cenas, se enciende el foco de la conciencia en el tablero de la mente, del mismo modo en que se enciende el foco de la temperatura en el tablero del automóvil. Lo fácil es, por supuesto, dejar enfriar el automóvil, en lugar de buscar el motivo del calentamiento. Lo mismo con nuestra mente.

Como consumidores vivimos enfriando nuestra mente, nuestra conciencia, nuestras observaciones, nuestras dudas y nuestros descubrimientos con tal de seguir participando en la rutina que hemos construido: de la casa al trabajo, del trabajo al club, del club a la casa, en lugar de cuestionar esta rutina y mejorarla.

Estamos más
enfermos de la mente
que del cuerpo, pero
irremediablemente
terminamos por
enfermarnos mental,
física y socialmente.

Vivimos deprimidos por exceso de pasado,
estresados por exceso de presente y
ansiosos por exceso de futuro. Vivimos en el
placebo de gastar en todo cuanto puedan y
quieran ofrecernos y vendernos, incluyendo
objetos de moda y petardazos de fi lantropía,
en lugar de invertir en nuestra salud mental.

Todos conocemos a alguien que vive esperanzado en recibir el aguinaldo para “sacar” el “aifon”, aunque odie a su supervisor y no quiera dejar su trabajo para poder pagar los 24 meses del plan, en lugar de guardar ese
aguinaldo en un ahorro de 3 meses de salario para poder cambiar de trabajo (y de supervisor). Como dice mi esposa (psicóloga clínica): somos seres de urgencias y soluciones inmediatas.

Y después de la fiesta, por ahí del 7 de enero para unos y del 3 de febrero para otros, llega la resaca. Y no precisamente la del alcohol, que va dejando de sentirse con la llegada del Año Nuevo, sino la resaca emocionalla reaparición de la conciencia, no sólo financiera, sino
personal. ¿Qué dije que iba a hacer el año pasado? ¿Qué intenté hacer el año pasado? ¿Qué logré hacer el año pasado? ¿Qué quiero, puedo y pretendo hacer este año? La realidad es que terminamos haciendo lo mismo, porque somos animales de rutina y de confort.

Y luego vienen las deudas (con otros y con nosotros mismos), morales y económicas. Pasada la sobredosis de dopamina y de serotonina que nos provocan las compras y las convivencias, regresamos a nuestro estado basal, inconformes con nosotros, con nuestro personaje, con nuestra familia, con nuestro trabajo (con nuestra realidad); incluyendo nuestra ciudad, nuestro estado, nuestro país, nuestro mundo, nuestra galaxia y
hasta nuestro universo.

Buscamos el fallo en el sistema sin ganas de aceptar que somos nosotros mismos quienes formamos parte de él y ayudamos a crearlo. Porque, eso sí, cambiar no es suficiente: tenemos que cambiar para mejorar y no para empeorar.

Este diciembre tenemos que decidir de qué queremos enfermarnos. ¿Queremos enfermarnos de depresión, de estrés o de ansiedad? ¿Queremos enfermarnos de la depresión de no tener, del estrés de deber o de la ansiedad de no perder? ¿Queremos enfermarnos de pobreza,
de deuda o de riqueza? Pero, sobre todo, tenemos que decidir cómo queremos engañarnos. ¿Queremos engañarnos con negación, evasión o sublimación? Porque podemos creer que esto no nos pasa. Porque podemos distraernos con las compras, las fiestas o las sustancias.

Porque podemos sobornar a nuestras conciencias con buenas obras. Pero tarde o temprano, sea en junio o sea en diciembre, la realidad encontrará el modo de confrontarnos. Es parte de nuestra evolución y de la evolución de nuestra especie.

Los casos más rudos de la confrontación vienen en forma de muertes o de enfermedades. Esa persona que era nuestra motivación y que perdemos. Esa salud que era nuestra protección y que perdemos. Depresión, estrés, ansiedad, obesidad, diabetes, hipertensión, dislipidemia, insuficiencia hepática, insuficiencia renal, insuficiencia cardiaca, cáncer de mama, cáncer de colon, cáncer de próstata, isquemias, embolias, demencias…
¿Cuántas de estas enfermedades empiezan por la mente, antes de manifestarse en el cuerpo? ¿Qué dieta estamos dándole a nuestro cuerpo y qué dieta estamos dándole a nuestra mente?

En plena era de la comunicación, no
conseguimos comunicar. Con nuestros
mensajes ambivalentes y nuestra
publicidad engañosa, no solamente les
hacemos daño a quienes creen estar
solos en la lucha diaria por la plenitud,
sino que también nos hacemos daño
a nosotros mismos, forzándonos a
vivir una libertad que en realidad nos
esclaviza.

Este diciembre, y para siempre, debemos “enfermarnos” y “enfermar” de una “enfermedad” llamada “autenticidad”, prácticamente erradicada por el
consumismo.

Aunque todas las formas de la
solidaridad, incluyendo nuestro tiempo,
dinero y producto, son bienvenidas
(lo “subamos” al Instagram o no),
procuremos que nuestra fi lantropía se
manifi este primero en nosotros mismos,
en el amor a nosotros mismos (y a los
nuestros), antes que en los demás.

Y se vale “subir” a Facebook todo lo que hacemos por los demás, porque más allá de la presunción, frecuentemente sirve para motivar, por inspiración o por competencia, para que otros hagan lo mismo (y hasta
más y mejor). Lo que no se vale es “subir” a Facebook la frase que no practicamos, la sonrisa que no ofrecemos o la realidad que no vivimos. Día con día, mes con mes, año con año, nuestra mente perfila nuestra realidad.

El mejor regalo que podemos dar (y darnos) es comunicar exactamente lo que sentimos, lo que pensamos y lo que sabemos. En ese orden, con
autenticidad, con sencillez, humildad. Cada cierre de ciclo, cada cierre de año, tenemos la oportunidad (o el pretexto) de alinear nuestra mente y nuestro cuerpo con nuestra esencia. Y no se trata de perfeccionarnos de un día para el otro, sino de entregarnos al nuevo ciclo, al nuevo año, mejor que como nos entregamos al anterior, al viejo, al pasado.

Lo mejor de esta época, y de esta vida, es que la congruencia es gratis. Basta con regalarnos la experiencia de decir y de hacer precisamente lo que deseamos decir y hacer, a nosotros mismos, a los nuestros y a los demás. El resto es anecdótico. Los regalos más valiosos no pueden comprarse. Y aunque se nos olviden la autenticidad, la plenitud y la paz,
también son contagiosas. Hagamos de este diciembre una pandemia de paz, de lo personal a lo social, pasando por lo familiar y lo comunitario.

 

Por: Dr. Octavio Villalobos
Fundación Dr. Octavio Villalobos, A.C.
Casa de la Salud
Dr. Octavio Villalobos