Entre las necesidades reales y las irreales, se encuentran las necesidades sentidas y las no sentidas. Las necesidades reales son aquellas que garantizan nuestra supervivencia, tales como el agua, la comida, la higiene y el sueño. Las necesidades irreales son aquellas que nos va creando la vida en la ciudad, bombardeados por anuncios de productos y servicios que, para fines prácticos, quieren lo mismo de ti: tu dinero.

A diferencia del tiempo, que se gasta porque no se recupera, el dinero es una metáfora del tiempo que nos lleva conseguirlo, pero es ilimitado y, a veces, hasta irreal. Con el concepto del dinero digital y las criptomonedas, ha llegado el momento en que la Economía funciona más como un sistema de creencias y de fe, que como uno de productos y servicios.

Tener sed es una necesidad real y sentida de agua. Tener antojo de una malteada de chocolate con crema batida es una necesidad sentida, pero irreal; nada nos va a pasar (o hasta nos iría mejor) si bebemos agua en lugar de esa malteada.

Pero en este momento de la Historia y de la sociedad, las necesidades sentidas, reales o irreales, conviven unas con otras y se desdibujan, convirtiéndose todas en una prioridad. Todos “necesitamos” un teléfono
“inteligente”, aunque gastemos más en él que en nuestra propia salud.

A lo largo de los años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha invitado a todos los países a destinar el 10% de su Producto Interno Bruto (PIB) a la Salud, definida por ella misma como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Por supuesto, siendo un concepto tan etéreo, la Salud suele abordarse como necesidad no sentida, por lo menos hasta que siente.

Un ultrasonido de mama o de próstata puede no ser una 
necesidad sentida, hasta que aparece sangre en la orina o crece un tumor del tamaño de un limón.

La verdad es que las personas tendemos a desvalorizar nuestra Salud, hasta que la perdemos. Sólo entonces, la necesidad se vuelve sentida y, por lo general, le invertimos el tiempo y el dinero que pudimos haber invertido para no perderla.

Aunque la OMS recomiende 10%, la realidad es que los 
países tienen un promedio de 7.5% destinado a Salud (en el mejor de los casos). Tenemos países como Estados Unidos, que destina 15%; como Alemania, Argentina, Austria, Canadá, Francia, Portugal y Suiza, que destinan el 10 % recomendado. Y luego tenemos países como México, el nuestro, que ha llegado a destinar 2.5% de su PIB en Salud.

Vemos consultorios, clínicas, centros médicos y hospitales construyéndose por todas partes, pero prácticamente ninguno es de la Secretaría de Salud. En México, la Secretaría ha cedido el liderazgo de la salud a la iniciativa privada. En contra de los tomadores de decisión de la administración pública, los empresarios apuestan por el fracaso de la Salud Pública y se preparan para lucrar con las necesidades sentidas y reales de la sociedad obesa, diabética, hipertensa, dislipidémica y, en consecuencia, cardiópata, neumópata, hepatópata y nefrópata, es decir; enferma de todo lo habido y por haber.

Como ciudadanos, nuestro abordaje de la Salud no es muy distinto al
abordaje de los políticos. Pocos (casi ninguno) tomamos en cuenta la Salud a la hora de administrar nuestro tiempo y nuestro dinero.

Pocos (casi ninguno) tiene una cantidad diaria, semanal, mensual o anual
destinada a la prevención, el diagnóstico temprano y el tratamiento oportuno de las enfermedades que van instalándose con el paso del tiempo.

Si el concepto del presupuesto en salud es extraño para los políticos, mucho más para 
los ciudadanos.

Este año, mi organización se ha puesto como objetivo posicionar el hábito del “5% en Salud”, ya sea como personas físicas, trabajadoras o como personas morales, fuentes de trabajo (con fi nes o sin fi nes de lucro).

La invitación a presupuestar 5 % del ingreso en servicios de salud va más allá de intentar “emparejarnos” con los países que triplican nuestro presupuesto nacional: pretende garantizar el acceso a la salud y evitar los “gastos catastróficos” (más del 30 % de la economía familiar destinado a la enfermedad de un miembro de la familia).

Si nos ponemos a pensar, en la medida de nuestros ingresos, ese 5% en Salud es lo que gastamos en una consulta de especialidad, en tratarnos una gripe o en hacernos los estudios de laboratorio o en atendernos una herida accidental.

Ese 5% en Salud es comparable con nuestro gasto mensual en celular o semanal en gasolina; si estamos gastando más en esto último que en aquello primero, algo estamos haciendo mal por nosotros mismos.

Más allá de intentar profundizar en los ejemplos de lo que 5% en Salud pudiera garantizarnos a lo largo del año, pensemos en cuánto gastamos en el cine o en el salón de belleza. Necesidades reales contra irreales; sentidas
contra no sentidas. Con mi reflexión, espero poder traer a la Salud como una necesidad sentida, dentro de las necesidades reales y hacerla un poco menos mística y un poco más práctica.

Y así como apartamos en la quincena el dinero para pagar los recibos del agua, la electricidad y el teléfono o el gas y la gasolina, lleguemos a apartar ese 5% en Salud para nuestra prevención, nuestro diagnóstico temprano o nuestro tratamiento oportuno (o el de nuestra familia). Al final, la Salud ni es constante, ni es eterna ni es negociable, pero sí es indispensable. Sólo nuestra educación (o reeducación) y nuestra voluntad, pueden intentar garantizarla.

*Médico, diplomado en Gerencia y Liderazgo en Salud, y maestro en
Ciencias de la Salud con énfasis en Salud Comunitaria. Fundador de las
Becas de la Salud, los Premios de la Salud y la Casa de la Salud en Tijuana.
Ganador del Premio Estatal de la Juventud Baja California 2013, el Premio
Ten Outstanding Young Persons 2016 y el Premio FilantroRed 2018.

 

Por: Dr. Octavio Villalobos
Fundación Dr. Octavio Villalobos, A.C.
Casa de la Salud
 Dr. Octavio Villalobos